domingo, 20 de abril de 2014

La Opinion de Otro


Jovito Villalba [URD] en el Congreso Nacional
EL NACIONAL - VIERNES 26 DE FEBRERO DE 1999
Lecciones, elecciones y reelecciones
Jesús Sanoja Hernández

El 20 de febrero de 1992 estaba preso en el cuartel San Carlos, si la memoria no me traiciona como suele suceder, el teniente coronel Hugo Chávez Frías. Habían pasado cien años justos del alzamiento de Crespo contra el gobierno de Andueza Palacio, quien empujado por la emoción continuista había impuesto la reforma constitucional de 1891 mediante la cual pretendía prorrogar su mandato por dos años más. ¿El resultado? Triunfó la Revolución Legalista y Andueza salió desterrado a la espera de que Crespo fuese borrado del mapa político, lo que efectivamente sucedió en Mata Carmelera. Seis años de exilio le costó al portugueseño (menos afortunado que Luis Herrera y más ambicioso que Márquez Bustillos) la aventura continuista.

En cambio, ni Gómez ni Cipriano Castro tuvieron problemas en la prolongación de sus mandatos, el de Castro logrado por la "vía revolucionaria" y el de Gómez por un curiosísimo mecanismo que mezclaba el golpe y el autogolpe. No ha habido presidente o dictador más habilidoso en nuestra historia que Juan Vicente Gómez. Se hizo reelegir cuantas veces quiso y reformó la Constitución cada vez que lo deseó y, además, se valió de presidentes títeres que no daban órdenes que de él no provinieran, como Gil Fortoul, Márquez Bustillos y Juan Bautista Pérez.

Las lecciones derivadas de las reelecciones castro-gomecistas son, por lo menos, dos: las constituciones resultan fácilmente reformables o sustituibles cuando el presidente de turno dispone de mucho poder y diestra capacidad de mando, a su vez respaldados éstos por un partido armado (el Ejército) o por un partido político hegemónico. En América Latina, en el período de la "apertura democrática", la mayoría de los países optó por desechar la reelección inmediata, pero de pronto en estos años 90, varios presidentes han saltado el muro de contención e impuesto la modalidad reeleccionista: en Brasil el ex teórico de la dependología (feísima palabra prácticamente desaparecida del vocabulario sociológico) bregó la repetición, usando a veces procedimientos prohibidos. Cardoso, pues, obtuvo nuevo período en octubre del pasado año en medio de la euforia por la recuperación económica, al poco tiempo desplomada por "el efecto Brasil".

Más abajo, el astuto Menem, que de peronista tiene lo que Pinochet de inocente, logró la reelección en 1995 tras reforma constitucional que contó con el apoyo (créanlo si quieren) de Alfonsín. Y muy poseído de sí mismo y de sus virtudes para la maniobra, intentó en 1998 una segunda reelección contra la cual se rebeló su propia organización, el Partido Justicialista. Los analistas calificaron las jugadas de Cardoso y Menem, al juzgarlas vinculadas a los proyectos de Fujimori en Perú y Pérez Balladares en Panamá, como onda expansiva del reeleccionismo latinoamericano.

Fujimori utilizó al Congreso (tan distinto al que disolvió en 1992) para rechazar al referéndum propuesto por la ONPE (Oficina Nacional de Proyectos Electorales) con el fin de impedir su tercer mandato. El soberano, pues, no tuvo oportunidad de expresar el rechazo a una tercera elección de Fujimori, quien para entonces veía caer en picada su popularidad, parcialmente recuperada por el manejo de asuntos fronterizos con Ecuador y Colombia.

Pérez Balladares (a) El Toro, deseoso de ser el presidente que recibiría de Estados Unidos la administración del canal de Panamá, adelantó, en el mismo año 98 de la furia reeleccionista latinoamericana, la aprobación del mandato duplicado, pero en vano: el referéndum del 30 de agosto vetó con más del 60% de los votos, el plan de lo que sus críticos llamaron "la dictadura civil".

Hay un país de excepción en la región, y la excepción viene funcionando como lubricada e infalible máquina política desde hace 70 años, al reforzar la consigna de la Revolución de 1910 ("Sufragio efectivo, no reelección") con la hegemonía del PRI, todavía no afectada a pesar de la irrupción de Cárdenas en 1988, así como de los avances de su partido, el Partido de la Revolución Democrática, y del Partido de Acción Nacional en las elecciones regionales. A cambio de la no reelección, ni inmediata ni con intermedios en el drama, México se acogió al período sexenal, el mismo que Menem redujo a cuatro años cuando impulsó la reelección inmediata.

En los tiempos en que se discutía la democrática Constitución de 1961, oí decir que Jóvito Villalba era partidario de incluir la reelección inmediata, aunque con reducción del período a cuatro años, como en Estados Unidos, país donde el reloj ha funcionado tan perfectamente como el de la no reelección mexicana con sus turnos sexenales, aunque debe advertirse que después de Roosevelt, electo tres veces, la reelegibilidad se redujo a un solo período (1951).

Lo que en principio aducía Villalba era la reducción del lapso y la reelección inmediata facilitaban para la segunda oportunidad una especie de referéndum sobre el primer mandato. Y no sé si alertaba acerca de los retornos presidenciales 10 ó 20 años después, punto que intentaré tratar en algún próximo artículo, a propósito de dos casos ejemplarizantes: CAP y Caldera.

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