Fabio Solano
La primera vez que vi a Carlos Andrés Pérez fue en la casa nacional
de Acción Democrática, en el edificio “Las Delicias”, en Caracas. A
principios de 1978 era evidente la división del partido del pueblo. Por
un lado, Luis Piñerúa Ordaz encabezaba una tendencia buscando la
candidatura presidencial, la cual lograría después. Y por otra parte,
CAP intentaba regresar al liderazgo blanco luego de su primer gobierno.
Tenía encima el sambenito de una averiguación por haber regalado un
barco a Bolivia (el “Sierra Nevada”), un país sin costas, ni salida mar.
En la portería de “Las Delicias” estaba un famoso portero adeco, llamado
el “negro” Encarnación. No era un simple portero, pues manejaba muy
bien las idas y venidas de los líderes, y era un experto a la hora de
evitar encuentros indeseables. Los periodistas siempre averiguábamos con
él. Y así supimos que ese día el poderoso Buró Agrario se reuniría
primero con Piñerúa, y luego con CAP. El “negro” fue quien llamó a
Carlos Andrés para decirle que ya podía llegar a “Las Delicias”, luego
de la salida de Piñerúa. Subimos al tercer piso en cambote y ahí estaban
los dirigentes agrarios. Algunos de los reporteros menos conocidos nos
sentamos en la última fila, con el ánimo de pasar inadvertidos. Pero
fuimos “descubiertos”. El propio “negro” Encarnación subió para
desalojarnos. Sólo que al salir de últimos, otro colega y yo notamos que
aún con la puerta cerrada se oían las palabras del orador. Nos sentamos
en el suelo del pasillo como para esperar la salida de CAP, y cuando
los adecos que rondaban bajaron a tomar café, nos pegamos de la bisagra.
Al rato llegaron otra vez los dueños de casa y esta vez nos llevaron
amablemente hasta la portería.
Al día siguiente tremendo “tubazo”, compartido con el otro periodista.
Mi nota tuvo repercusión nacional a pesar de ser publicado en un diario
de provincia, “El Impulso”, para el cual cubría unas vacaciones. El
titular fue: “Carlos Andrés Pérez advierte que el país va por un tobogán
en bajada”. La gloria me duró un día, y la desconfianza de los colegas
de la fuente me rondó durante el mes y medio que trabajé ahí.
En otra ocasión asistí a una rueda de prensa de CAP en su oficina de
“Las Delicias”. Era diciembre y se decía que sería candidato
presidencial otra vez. Sospechábamos que la convocatoria a la prensa
llevaba por objetivo promover la imagen del líder adeco y más nada, pues
se acercaba el receso navideño. Cuando entramos al salón se nos informó
que CAP se sentaría solo, en la cabecera de una larga mesa. Los
micrófonos fueron colocados y los camarógrafos hicieron sus pruebas de
enfoque. Al rato apareció el líder, con un traje claro y de corbata
azul. Saludó a todos los periodistas, dando la mano a los más cercanos.
Se sentó y surgió el mar de preguntas, todas al mismo tiempo. Sin perder
la calma, Carlos Andrés abrió los brazos, apartando a más de uno que le
quitaba espacio, y mirando fijo a la cámara habló: “Antes que nada
quiero darle un gran abrazo a todos los venezolanos y desearles una
Feliz Navidad y Próspero Año Nuevo…”. Esa noche en los noticieros de los
canales de televisión la primera noticia, la primera imagen que vieron
miles de venezolanos, fue a CAP deseándole a cada uno de los
televidentes el feliz año. Fue el primer dirigente político venezolano
en hablar mirando de frente al lente de la cámara, de manera que el
desprevenido televidente de las nueve de la noche casi que sentía que
aquella feliz navidad se la deseaba CAP personalmente.
Tiempo después, trabajando como redactor para un diario de Barquisimeto,
“El Larense”, me tocó cubrir a Carlos Andrés Pérez, quien andaba en
plan de candidato. Era un sábado lluvioso y tuvimos que ir hasta
Chivacoa, población de Yaracuy. El líder adeco estaba recorriendo el
país en búsqueda de la bandera presidencial de AD por segunda vez. Como
tenía resistencia en los jefes partidistas, se lanzó a caminar por su
cuenta. Quería demostrar que tenía pueblo, además de comprobar su buena
forma física y mental para ser candidato presidencial. Al llegar nos
informaron que en un extremo de la ciudad estaba la tarima donde daría
su discurso, pero que CAP arribaría por el otro lado. El plan era
atravesar la población caminando, y como había llovido, seguro que haría
uno de sus famosos saltos sobre algún charco. Al contrario de los otros
colegas ubicados cerca de la tarima, decidimos ir hasta el sitio de
llegada. Di instrucciones al fotógrafo de lograr todas las gráficas
posibles, bajándose del carro, caminando y saltando pozos de agua.
A eso de las 12 del mediodía llegó la caravana, con toda su parafernalia
de seguridad. El único periodista allí era yo. El hombre saludó a un
grupo y de pronto, sin previo aviso, se lanzó a caminar. Todos
intentaron acomodarse para seguirle el paso, sólo que a su alrededor
había muchos escoltas. Logré ubicarme a su extremo izquierdo y comencé a
llevar el ritmo de la primera fila. Veía a Carlos Andrés con dos
escoltas de por medio, quienes no me dejaban acercarme y me empujaban
subrepticiamente. Era una lucha soterrada con la intención de conseguir
unas palabras exclusivas. De pronto sentí que una mano tomaba mi brazo
derecho y me halaba. Por un momento creí que me sacarían de la caminata.
Resultó que la mano era la del propio CAP, quien había visto como se
agitaba un grabador a su izquierda, y político al fin, decidió saltar a
su seguridad para ponerme a su lado. Por supuesto que encendí el aparato
mientras el precandidato decía todo lo que se le ocurría. No hubo
tiempo de preguntas. Simplemente habló y habló durante una cuadra y
media, y luego me despidió con una sonrisa. “¿Contento?”, fue su
particular adiós. El siguió, acelerando el paso de manera que casi
dejaba atrás a sus acompañantes, mientras que nosotros abordábamos
nuestro vehículo. Demás está decir que no estuvimos en la tarima, ni
para el discurso. No hacía falta. Teníamos una exclusiva con quien luego
sería Presidente de Venezuela por segunda vez.
La última vez que conversé con CAP fue el 15 de septiembre del 2002.
Habíamos arribado a República Dominicana en plan de corresponsal,
cubriendo la pre campaña presidencial en ese país, cuando por pura
casualidad lo vimos. Estábamos en el hotel “Presidente”, y casi todas
las noches salíamos en grupos a comer algo afuera, pues los precios del
restaurante allí eran prácticamente prohibidos para nuestras carteras.
La última noche de mí estadía, cumplido ya el trabajo, no salí con el
grupo, pues decidí explorar el casino del hotel. Justo a las nueve,
cuando pasaba por el lobby, vi al ex presidente Carlos Andrés Pérez
sentado frente a una pequeña mesa. Campaneaba un escocés con mucho
hielo, al estilo muy venezolano. Lucía traje y corbata. A su lado la
archiconocida Cecilia Matos. Como es de suponer me acerqué a saludarlo y
observando que su reacción no era muy rápida, agregué que era
venezolano. Eso bastó para que se animara un poco. Luego le dije el
consabido “soy periodista” y paisano suyo, del Táchira. Se sonrió y
expresó su añoranza por las morcillas de Rubio. Ya no era aquel hombre
vivaz y rápido que saltaba charcos. El exilio lo agobiaba. No podía
olvidar que había sido obligado salir de la segunda Presidencia antes de
cumplir con el período. Contra él habían conspirado una serie de
personajes influyentes en la opinión pública, que luego se supo,
actuaron por meros intereses particulares. El Fiscal General Escovar
Salom fue uno, el magistrado de la Corte Suprema Rodríguez Corro. fue
otro. Este último llegó a decir años después que se vio obligado a
“sacarlo con pinzas” de la Presidencia, ganada por el voto popular.
También con el tiempo se supo que al momento de conocerse la decisión de
enjuiciarlo, a CAP se le propuso no acatar el fallo de la Corte
Suprema, lo cual significaba un golpe de Estado. No quiso, pues en
verdad pensaba en la historia y no quería quedar como un Presidente
golpista. Aquel día en el lobby del lujoso hotel lo vi demasiado quieto
para ser aquel hombre, quien alguna vez fue calificado por el pueblo
como “locoven”, porque hablaba de todo sin parar. Años después tuvo el
peor castigo para un hombre acostumbrado a derrochar energía. Un
accidente cerebro vascular lo disminuyó física y mentalmente. Murió en
Estados Unidos y su sepelio causó controversia, pues sus dos familias,
la de Blanquita de Pérez, esposa legal, y la de Cecilia Matos, quien lo
acompañó durante sus últimos años, se pelearon por sus restos.
@fabiosolano
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