miércoles, 5 de abril de 2017

Carlos Andres, el presidente que saltaba charcos (El Carabobeño)

Fabio Solano
La primera vez que vi a Carlos Andrés Pérez fue en la casa nacional de Acción Democrática, en el edificio “Las Delicias”, en Caracas. A principios de 1978 era evidente la división del partido del pueblo. Por un lado, Luis Piñerúa Ordaz encabezaba una tendencia buscando la candidatura presidencial, la cual lograría después. Y por otra parte, CAP intentaba regresar al liderazgo blanco luego de su primer gobierno. Tenía encima el sambenito de una averiguación por haber regalado un barco a Bolivia (el “Sierra Nevada”), un país sin costas, ni salida mar.
En la portería de “Las Delicias” estaba un famoso portero adeco, llamado el “negro” Encarnación. No era un simple portero, pues manejaba muy bien las idas y venidas de los líderes, y era un experto a la hora de evitar encuentros indeseables. Los periodistas siempre averiguábamos con él. Y así supimos que ese día el poderoso Buró Agrario se reuniría primero con Piñerúa, y luego con CAP. El “negro” fue quien llamó a Carlos Andrés para decirle que ya podía llegar a “Las Delicias”, luego de la salida de Piñerúa. Subimos al tercer piso en cambote y ahí estaban los dirigentes agrarios. Algunos de los reporteros menos conocidos nos sentamos en la última fila, con el ánimo de pasar inadvertidos. Pero fuimos “descubiertos”. El propio “negro” Encarnación subió para desalojarnos. Sólo que al salir de últimos, otro colega y yo notamos que aún con la puerta cerrada se oían las palabras del orador. Nos sentamos en el suelo del pasillo como para esperar la salida de CAP, y cuando los adecos que rondaban bajaron a tomar café, nos pegamos de la bisagra. Al rato llegaron otra vez los dueños de casa y esta vez nos llevaron amablemente hasta la portería.
Al día siguiente tremendo “tubazo”, compartido con el otro periodista. Mi nota tuvo repercusión nacional a pesar de ser publicado en un diario de provincia, “El Impulso”, para el cual cubría unas vacaciones. El titular fue: “Carlos Andrés Pérez advierte que el país va por un tobogán en bajada”. La gloria me duró un día, y la desconfianza de los colegas de la fuente me rondó durante el mes y medio que trabajé ahí.
En otra ocasión asistí a una rueda de prensa de CAP en su oficina de “Las Delicias”. Era diciembre y se decía que sería candidato presidencial otra vez. Sospechábamos que la convocatoria a la prensa llevaba por objetivo promover la imagen del líder adeco y más nada, pues se acercaba el receso navideño. Cuando entramos al salón se nos informó que CAP se sentaría solo, en la cabecera de una larga mesa. Los micrófonos fueron colocados y los camarógrafos hicieron sus pruebas de enfoque. Al rato apareció el líder, con un traje claro y de corbata azul. Saludó a todos los periodistas, dando la mano a los más cercanos. Se sentó y surgió el mar de preguntas, todas al mismo tiempo. Sin perder la calma, Carlos Andrés abrió los brazos, apartando a más de uno que le quitaba espacio, y mirando fijo a la cámara habló: “Antes que nada quiero darle un gran abrazo a todos los venezolanos y desearles una Feliz Navidad y Próspero Año Nuevo…”. Esa noche en los noticieros de los canales de televisión la primera noticia, la primera imagen que vieron miles de venezolanos, fue a CAP deseándole a cada uno de los televidentes el feliz año. Fue el primer dirigente político venezolano en hablar mirando de frente al lente de la cámara, de manera que el desprevenido televidente de las nueve de la noche casi que sentía que aquella feliz navidad se la deseaba CAP personalmente.
Tiempo después, trabajando como redactor para un diario de Barquisimeto, “El Larense”, me tocó cubrir a Carlos Andrés Pérez, quien andaba en plan de candidato. Era un sábado lluvioso y tuvimos que ir hasta Chivacoa, población de Yaracuy. El líder adeco estaba recorriendo el país en búsqueda de la bandera presidencial de AD por segunda vez. Como tenía resistencia en los jefes partidistas, se lanzó a caminar por su cuenta. Quería demostrar que tenía pueblo, además de comprobar su buena forma física y mental para ser candidato presidencial. Al llegar nos informaron que en un extremo de la ciudad estaba la tarima donde daría su discurso, pero que CAP arribaría por el otro lado. El plan era atravesar la población caminando, y como había llovido, seguro que haría uno de sus famosos saltos sobre algún charco. Al contrario de los otros colegas ubicados cerca de la tarima, decidimos ir hasta el sitio de llegada. Di instrucciones al fotógrafo de lograr todas las gráficas posibles, bajándose del carro, caminando y saltando pozos de agua.
A eso de las 12 del mediodía llegó la caravana, con toda su parafernalia de seguridad. El único periodista allí era yo. El hombre saludó a un grupo y de pronto, sin previo aviso, se lanzó a caminar. Todos intentaron acomodarse para seguirle el paso, sólo que a su alrededor había muchos escoltas. Logré ubicarme a su extremo izquierdo y comencé a llevar el ritmo de la primera fila. Veía a Carlos Andrés con dos escoltas de por medio, quienes no me dejaban acercarme y me empujaban subrepticiamente. Era una lucha soterrada con la intención de conseguir unas palabras exclusivas. De pronto sentí que una mano tomaba mi brazo derecho y me halaba. Por un momento creí que me sacarían de la caminata. Resultó que la mano era la del propio CAP, quien había visto como se agitaba un grabador a su izquierda, y político al fin, decidió saltar a su seguridad para ponerme a su lado. Por supuesto que encendí el aparato mientras el precandidato decía todo lo que se le ocurría. No hubo tiempo de preguntas. Simplemente habló y habló durante una cuadra y media, y luego me despidió con una sonrisa. “¿Contento?”, fue su particular adiós. El siguió, acelerando el paso de manera que casi dejaba atrás a sus acompañantes, mientras que nosotros abordábamos nuestro vehículo. Demás está decir que no estuvimos en la tarima, ni para el discurso. No hacía falta. Teníamos una exclusiva con quien luego sería Presidente de Venezuela por segunda vez.
La última vez que conversé con CAP fue el 15 de septiembre del 2002. Habíamos arribado a República Dominicana en plan de corresponsal, cubriendo la pre campaña presidencial en ese país, cuando por pura casualidad lo vimos. Estábamos en el hotel “Presidente”, y casi todas las noches salíamos en grupos a comer algo afuera, pues los precios del restaurante allí eran prácticamente prohibidos para nuestras carteras. La última noche de mí estadía, cumplido ya el trabajo, no salí con el grupo, pues decidí explorar el casino del hotel. Justo a las nueve, cuando pasaba por el lobby, vi al ex presidente Carlos Andrés Pérez sentado frente a una pequeña mesa. Campaneaba un escocés con mucho hielo, al estilo muy venezolano. Lucía traje y corbata. A su lado la archiconocida Cecilia Matos. Como es de suponer me acerqué a saludarlo y observando que su reacción no era muy rápida, agregué que era venezolano. Eso bastó para que se animara un poco. Luego le dije el consabido “soy periodista” y paisano suyo, del Táchira. Se sonrió y expresó su añoranza por las morcillas de Rubio. Ya no era aquel hombre vivaz y rápido que saltaba charcos. El exilio lo agobiaba. No podía olvidar que había sido obligado salir de la segunda Presidencia antes de cumplir con el período. Contra él habían conspirado una serie de personajes influyentes en la opinión pública, que luego se supo, actuaron por meros intereses particulares. El Fiscal General Escovar Salom fue uno, el magistrado de la Corte Suprema Rodríguez Corro. fue otro. Este último llegó a decir años después que se vio obligado a “sacarlo con pinzas” de la Presidencia, ganada por el voto popular. También con el tiempo se supo que al momento de conocerse la decisión de enjuiciarlo, a CAP se le propuso no acatar el fallo de la Corte Suprema, lo cual significaba un golpe de Estado. No quiso, pues en verdad pensaba en la historia y no quería quedar como un Presidente golpista. Aquel día en el lobby del lujoso hotel lo vi demasiado quieto para ser aquel hombre, quien alguna vez fue calificado por el pueblo como “locoven”, porque hablaba de todo sin parar. Años después tuvo el peor castigo para un hombre acostumbrado a derrochar energía. Un accidente cerebro vascular lo disminuyó física y mentalmente. Murió en Estados Unidos y su sepelio causó controversia, pues sus dos familias, la de Blanquita de Pérez, esposa legal, y la de Cecilia Matos, quien lo acompañó durante sus últimos años, se pelearon por sus restos.

@fabiosolano

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