Construyamos
un país
Por:
Valmore Rodríguez
Somos
un pueblo presupuestivoro. ¿Y cómo no serlo si la única fuente
económica saneada que poseemos es el presupuesto? El presupuesto
determina entre nosotros las crisis y los auges políticos. El medio
más rápido y honorable de enriquecerse no es fundando una
industria, fomentando una actividad mercantil, una explotación
minera, sino instalándose a la sombra del presupuesto, bajo el
bananal burocrático, según el grafico decir popular.
El
burócrata enriquecido ni siquiera se preocupa, luego de retirarse o
ser retirado del cargo, por fomentar con su dinero una nueva fuente
productiva. Se hace por lo general, rentista. Adquiere casas, se
dedica al agio y a la hipoteca, y acumula dinero tranquilamente en el
banco. Dedica sus hijos a la abogacía o los hace pegar, antes de
terminar sus estudios, a la sabrosa ubre nutricia que el muy a su
pesar abandonara. Educados en un ambiente regalón, entre mimos y
según la pragmática de la chivatería, esos hijos suelen resultar
unos botaratas y disipar en francachelas el patrimonio aun no
heredado.
La
política es el negocio más brillante de nuestros días. No es raro
que un comerciante o industrial que se está desenvolviendo con éxito
en su especialidad, lo abandone todo repentinamente para aceptar un
cargo “Sacrificarse por la patria”. El sueldo es lo de menos. Ya
se las ingeniara él para que el sueldo sea lo de menos.
Mientras
tanto, nuestra economía se deforma y se subordina cada vez más a la
solución contingente y aleatoria del petróleo. El petróleo infla
el presupuesto, es lo que el cuerpo a la sombra. Vivimos recostados a
una sombra.
Producir,
crear riqueza autónoma, desatar la ambición cicatera del
presupuesto, he ahí todo un programa, si es que alguna vez nos
decidimos a crear un país, con amor, con dolor y con sacrificio.
Producir como medio de adquirir ganancias y desarrollar el bienestar
público. Crear riqueza autónoma, estable, permanente, nuestra y no
ese calco de riqueza aérea fundada en el fausto, el derroche y la
presunción, con raíz en el tembladal minero, transitorio y de
extraña procedencia. Sembremos el petróleo. Hagamos del presupuesto
un manantial de prosperidad colectiva, y no una cucaña para deleite
de una minoría invertebrada.
Construyamos
un país y no una patriecita lirica, montada al aire con juncos y
flores sobre un pantano poblado de miasmas deletéreos. Eso seremos
si continuamos desperdiciando la ocasión de hacernos fuertes, en el
trabajo, la precisión y la libertad. Meditemos sobre las causas de
nuestro atraso. Observemos con preocupación el índice de natalidad
y mortalidad. No crecemos apreciablemente. Nuestro stock racial,
degenera a ojos vista, por causa de las endemias y la desnutrición.
El campo se despuebla devorado por el latifundio.
¿Qué
es nuestra economía? Una ilusión. No es pesimismo. No es afán de
recargar el cuadro con colores sombríos para asustar a los
pusilánimes. Tenemos fe en el destino de Venezuela y confiamos en
que el movimiento renovador que se inicia bajo el nuevo régimen
culminara en una verdadera transformación de nuestro basamento
económico. Pero para llegar a esto, se hace necesario exhibir al sol
nuestras llagas, afirmar el pie en la dura y pelada realidad, no
ocultar un solo escondrijo donde se refugian nuestras miserias.
Esta
guerra es una lección y de las más provechosas, sucumben los
pueblos pequeños; borranse y desaparecen las fronteras
debilitadamente defendidas; la fuerza bestial y terrorista se
desborda sobre las nacionalidades sin sentido de previsión. Surgen
nuevos imperios con fiebre de conquista universal. Gozamos de
independencia política, pero somos una colonia económica.
Transformemos nuestra realidad, poniendo en tensión todas nuestras
energías, con amor, con dolor y con sacrificios, para construir un
país.
Diario
Panorama (Maracaibo, 24 de junio de 1940). Pgnas. 1 y 4 Fdo. Juan
Lucena. Columna; Escolios.
Extraído
del libro: Escritos de época; Homenaje del Congreso a la memoria de
Valmore Rodríguez; Caracas-Venezuela 1992.
No hay comentarios:
Publicar un comentario