UN EMBUSTE BIEN ECHADO
Autor: Pedro Elias HernandezPeriodista, historiador y analista politico y petrolero...
Publicado; agosto 2006
La mítica figura de Fidel Castro inflamó durante décadas los corazones de millones de personas en todas partes del mundo. La magia de su hazaña política, la forma en que tomó el poder en Cuba en 1959 y la dupla histórica que conformó con el no menos legendario Ernesto "Che" Guevara, cautivaron la imaginación de varias generaciones. Hoy, en lo que constituye el ocaso de su dilatada vida, a pocos días de cumplir los 80 años de edad, el último de los grandes líderes del Siglo XX ha decidido abrir las puertas de su sucesión política y entregar el poder ante el abatimiento de su cuerpo por obra del inapelable mandato de la biología.
Castro y la revolución cubana fueron una esperanza de redención social a principios de la década de los 60. Alcanzar una sociedad igualitaria, con el advenimiento de un hombre nuevo, cuyos incentivos de vida trascendieran las simples gratificaciones materiales. Fue un hermoso voluntarismo revolucionario que rápidamente tropezó con la terquedad de la realidad y terminó convirtiéndose en uno de los regímenes políticos más unipersonales y de mayor concentración de poder de los que se tenga memoria en América Latina. Lo que fue aquella utopía liberadora inspirada en la epopeya de aquellos barbudos que bajaron de la Sierra Maestra, devino en la confiscación del poder del pueblo por parte de un clásico caudillo latinoamericano.
¿Por qué si Fidel Castro encarna el prototipo de esa estirpe de mandones que hemos tenido en hispanoamérica durante buena parte de nuestra historia, sin embargo ha podido a los ojos de mucho erigirse como un paladín de las causas sociales y de la redención de los más pobres? Sin duda la respuesta a esta pregunta nos lleva a lo que en definitiva constituye el mayor de los éxitos políticos de Castro. Nos referimos a su enorme capacidad para poder exportar al mundo una imagen bastante distinta a lo que realmente es. Este éxito reside básicamente en su radical antinorteamericanismo, lo cual ha sido una de las formas más efectivas que los latinoamericanos hemos encontrado para justificar y explicar nuestros terribles errores. La antipatía hacia Estados Unidos, en buena medida provocada por esa misma nación, produce réditos políticos, si no, pregúntenle a Fidel Castro.
Ahora bien, lo más importante que tenemos que evaluar de la figura histórica de Castro es cómo ésta pudo sobrevivir ante miles de obstáculos y acechanzas y preservar el control hegemónico en su país durante tantas décadas. En muchos aspectos este fenómeno se explica por la misma tradición antinorteamericana de Cuba, un país sometido desde su creación como república al tutelaje y la intervención de Washington, pero también por la inmensa ceguera de la mayoría de los líderes opositores, quienes jamás pudieron descifrar la conducta política de Fidel. Nunca entendieron que no se estaban enfrentando a un dictador más, sino a un proyecto político e ideológico con mucha densidad en lo cultural. Y precisamente, en esa batalla cultural contra el régimen de Castro es donde ha fracasado por décadas el exilio cubano, el cual ha sido percibido por la población que reside en la isla como unos socios de los Estados Unidos que lo que desean es rescatar los privilegios sociales y económicos que tenían antes de la revolución (cualquier semejanza con la oposición venezolana no es pura coincidencia).
En definitiva, Castro representa en sí mismo las dos caras de la realidad latinoamericana. Por un lado encarnó la esperanza por alcanzar mejores condiciones de vida para nuestros pueblos, pero por otra parte representa el morbo del autoritarismo y del personalismo político, el mítico hombre fuerte, "El Caballo" como le llaman en la isla. Estas taras históricas han impedido que en América Latina se siembren instituciones fuertes que permitan igualdad de oportunidades para todos y prevalezca el imperio de la Ley. El espejismo de sacrificar la libertad en aras de conseguir el bienestar ha hecho en muchas ocasiones que los latinoamericanos nos quedemos sin ninguna de las dos cosas. Ese es el ejemplo de Cuba. Un contrabando ideológico, un embuste muy bien echado durante décadas, ese es realmente Fidel Castro y así pasará a la posteridad.
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