Chavología
De la naturaleza del
chavismo
Teodoro Petkoff
Del libro Una segunda opinión. La Venezuela de Chávez, Caracas: Grijalbo-Mondadori, 2000. Un libro hablado con Ibsen Martínez y Elías Pino Iturrieta.
Hugo Chávez en La BitBlioteca
Teodoro Petkoff: Antes del 4 de febrero, como se recordará, había muchos rumores, sobre todo respecto de la existencia de un movimiento que se denominaba de los «Comacates»1, de la insatisfacción de los oficiales subalternos, de las quejas acerca de sus condiciones de vida; en fin, había muchos rumores. Y se hablaba, como dicen en la propia jerga militar, de mucho «murmullo» en el seno de las Fuerzas Armadas Nacionales, pero en honor a la verdad, yo supe de Chávez el propio 4 de febrero. De hecho, del golpe me enteré en la noche del 3 para el 4 de febrero de 1992.
IM:Un martes para un miércoles.
TP: Un martes para un miércoles. La noche del 3 yo venía saliendo de una pequeña reunión social en la casa de Demetrio Boersner. Cuando íbamos rumbo a mi casa eran las 12 de la noche. Tomamos la autopista, oímos una plomazón hacia La Casona y bajo el puente de Santa Cecilia, vimos un montón de camionetas de la disip. Me detuve y le pregunté a unos tipos qué estaba pasando.
—Un golpe —me respondieron—. Ahí están atacando La Casona.
Me fui inmediatamente a mi casa y me puse en contacto con la dirección del MAS. En la madrugada fui a Televen e hice un breve comentario condenatorio de la tentativa de golpe, casualmente, inmediatamente después de que lo hiciera Andrés Velásquez, quien también habló en tono condenatorio. Yo creo que todos pensábamos lo que piensa cualquier latinoamericano cuando oye hablar de un alzamiento militar: piensa en gorilas; es como un reflejo condicionado que tenemos todos los latinoamericanos.
Coincidencialmente, ese día yo tenía pautada la invitación a un programa de televisión, de esos mañaneros, en rctv. Fui, no propiamente porque pensase que el programa podía salir al aire, como en efecto no salió, pero me dije que era un sitio ideal para saber qué estaba pasando. Y ocurrió lo siguiente. En un cierto momento, como a las 6 de la mañana, Arias Cárdenas habla desde el Zulia. A mi lado estaba Peter Bottome. El discurso de Arias no me luce propiamente como el de un gorila. Peter Bottome de pronto me da un codazo y dice: «Ese hombre es de izquierda». Bottome había captado también que el discurso no «sonaba» como el de un golpista de derecha. A mí eso me llamó mucho la atención y luego cuando aparece al fin Chávez en televisión, recibo la llamada de un barinés, Luis Velásquez Alvaray, dirigente del MAS en Mérida, que me dice por teléfono muy excitado: «¡Teodoro, ese que acaba de salir en televisión es el “loco Chávez”, el de la juventud!». Yo no sé si se refería a la juventud del MAS o del MIR, pero Luis insistía: «¡El que pegaba los afiches con nosotros en el liceo, en Barinas!».
Ahí tuve la seguridad de que estábamos frente a un golpe de signo obviamente distinto al clásicamente gorila latinoamericano. Si no fue militante de alguna de las «juventudes» de la izquierda, estuvo vinculado con ellas, pues «pegaba afiches con nosotros en el liceo», como decía Luis Velásquez.
Otra evidencia de que se trataba de algo distinto, fue cuando al transcurrir algunos días, comenzamos a ver algunos nombres que tenían una resonancia clara para nosotros, la gente de la izquierda. Por ejemplo, el del mayor Pedro Alastre. El mismo nombre, Pedro Alastre, fue el de un dirigente campesino, miembro del Partido Comunista, un apellido no muy común, de manera que cuando visité más adelante a estos presos, en Yare, le pregunté al mayor Pedro Alastre: «¿Tú eres el hijo de Pedro Alastre?» Y respondió que sí.
Y el mayor o capitán Díaz (no recuerdo bien el segundo apellido), al verme en Yare me dijo: «¿No te acuerdas de mí, Teodoro? Yo soy el hijo del zapatero Díaz Freites» ¿Quién era el zapatero Díaz Freites? Un dirigente comunista de Los Teques, uno de los 2 ó 3 comunistas que había en Los Teques cuando cayó Pérez Jiménez. Su familia estaba vinculada al MAS. Entonces, claro, ¿estamos en presencia de qué? Estos oficiales eran los hijos de los viejos ñángaras, de los viejos comunistas. Y los que no lo eran habían tenido vínculos, sin duda, con distintos sectores de la izquierda.
Fui un día a Yare a visitarlos y tuvimos un larguísima conversación, pues uno podía pasarse allá todo el día. Fue en esa oportunidad cuando conocí personalmente a Hugo Chávez. No conocía a ninguno. Ahí estuvimos todo un día conversando. Esa fue la manera como este venezolano trabó conocimiento personal con ellos.
Elías Pino Iturrieta: ¿Y a qué vas tú a Yare? ¿Sería porque esos nombres, esos apellidos se relacionaban con la vieja izquierda o algo así?
TP: Me llamó mucho la atención que en las Fuerzas Armadas de Venezuela, que tienen un determinado signo ideológico, que en definitiva son producto de estos 40 años también, en cuanto a su formación, a su educación, hubiera aparecido un corpúsculo claramente de izquierda. Vinculado a un pensamiento que me resultaba a mí muy sesentoso, muy vinculado a la época de los 60.
Por supuesto que tenía una suerte de curiosidad, aparte de que sentí la necesidad de un gesto solidario, porque yo he estado preso también. Como en efecto, después del 27 de noviembre, también fui a visitar al San Carlos a GrüberOdremán. Me parecía elemental visitarlo porque Grüber había sido custodio en el Cuartel San Carlos cuando yo estuve preso y habíamos hecho una relación muy cordial. Fue pura y simple solidaridad con el que está preso.
EP: ¿Fue una sola visita a Yare?
TP: Sí, a Yare fui una sola vez. Estuvimos todo el día conversando. Ya se sabía que ellos habían tenido vinculación con algunos sectores de izquierda, y quise satisfacer una curiosidad. «¿Ustedes por qué no hicieron contacto nunca con el MAS? Me llama la atención, porque ustedes hicieron contacto con muchas organizaciones de izquierda».
Y fue Arias quien me contestó: «Porque los vemos como muy integrados al sistema». Resulta interesante que haya sido Arias quien me haya dado esa respuesta, porque su evolución posterior fue la de alguien que comprendió perfectamente bien que si los golpistas querían hacer política eficiente debían participar del juego democrático, «integrarse», pues, y que inevitablemente tenían que cambiar de postura.
IM: Y por ello fue criticado muy duro por el chavismo.
TP: Chávez, por su parte, sale de la cárcel predicando la abstención, y es sólo tres años después cuando percibe que ese camino lo conduce a la marginalidad política. Seguramente el sentido común al final le dijo que por ese camino no iba a ninguna parte y que debía participar del juego electoral. Arias había tenido razón frente al Chávez «duro» pero ineficaz, como todos los «ultrosos». Chávez gana cuando, para utilizar la expresión de Arias en Yare, se «integra» al sistema, como ya lo había hecho Arias en su exitosa campaña por la gobernación del Zulia.
IM: Toda conversación en torno a Chávez, desde que era candidato hasta la fecha, siempre está asociada con la pregunta al «enigma» de cuáles puedan ser sus designios, ¿hacia dónde se dirige? ¿Cuál es tu apreciación? ¿Qué opinión te has hecho a lo largo del tiempo, respecto a Chávez y sus propósitos? ¿Su relación con la democracia es fingida o no?
TP: No es fácil hacer definiciones más o menos tajantes porque siento en él una especie de ambigüedad, como lo he dicho en otras ocasiones. Creo que él tiene el alma escindida. Él es simultáneamente Danton y Robespierre; es simultáneamente «bolchevique» y «menchevique», «girondino» y «jacobino». Probablemente piense que la democracia es un… un…
IM: ¿Un formulismo hueco?
TP: Un formulismo hueco. Supongo que él, en alguna época de su vida compraba esa idea del izquierdismo primitivo, no lo sé. Incluso es posible que todavía tenga ese modo de relacionarse con los valores de la democracia. Al mismo tiempo, siento que, en la medida en que se incorporó al juego democrático, también su otrolado, su lado más pragmático, comenzó a asumir este en serio. Pero siempre de manera contradictoria, porque su lenguaje, la brutalidad y la agresividad, la intolerancia que muestra, pareciera ser la demostración de que, ciertamente, él no ha arreglado cuentas con su vieja idea de la democracia y que no la hubiera asumido como un valor sine qua non para un proceso que él mismo quisiera que fuera revolucionario.
IM: Desde esa perspectiva, ¿dirías que cuando prevalece en Chávez el lado que no ha «saldado cuentas», él asume la democracia meramente como un escenario, como un teatro de operaciones y no como una suma de valores?
TP: A veces da esa impresión, pero también, a veces, da la otra. Es decir, da la impresión de que con mucho esfuerzo de su parte, va —digamos— como «entrando» en la idea de que, en fin de cuentas, el proceso que él define tan continuamente como «pacífico y democrático», obliga también a que la democracia sea asumida como algo más que un «teatro de operaciones». Pero, su lenguaje y su modo de comportarse, siguen siendo muy propios de todos aquellos que se definen, o que quisieran actuar como revolucionarios. Ese lenguaje de «tabla rasa», por ejemplo, respecto del pasado —los cuarenta años famosos— se encuentra en los revolucionarios de 1789 en Francia, o en los bolcheviques y en los revolucionarios mexicanos del 10 al 17. Se encuentra también en los adecos del 45. Un discurso que condena en bloque todo el pasado. Como si la necesidad de legitimar lo que se está haciendo y el cambio que se quiere producir, debe hacerse descalificando absolutamente todo lo anterior, porque en nombre de esa descalificación, en nombre de la «ignominia» que fue el pasado, se pueden exculpar errores e insuficiencias y también actuaciones poco democráticas, incluso atentatorias contra los derechos humanos, represivas y/o dictatoriales.
Recuerdo un trabajo de Lenin, su último trabajo, titulado Nuestra revolución. Son tres paginitas que no se me borraron nunca de la memoria y donde dice algo así como: «Más adelante, todas estas miserias, todas estas rudezas y estas crueldades serán comprendidas y serán perdonadas». Esto es: «Estamos actuando en nombre de una voluntad general, que es la que preside nuestros actos y de la cual somos intérpretes. Tenemos razón, somos una vanguardia iluminada y esclarecida que está guiando a unas masas brutalizadas por años de servidumbre, que no ven claro dónde hay que ir. Nosotros les decimos dónde ir. En el camino hemos tenido que aplastar unas cuantas cabezas, pero eso ha sido en nombre de la felicidad que vamos a construir. Por ello, todo será comprendido y será perdonado». Es el lenguaje de Robespierre también. Los siglos que hicieron a Francia no habían sido nada; es decir, la historia de cómo se conformó Francia, desde Carlomagno, desde los galos, toda la historia de la nación francesa, fue borrada de un plumazo; la Convención consideraba todo ese pasado como pura basura. Pero, para no recordar sólo esos grandes ejemplos, el lenguaje de Betancourt en el 45 iba por ahí también. Betancourt tachaba todo el pasado, hasta el golpe del 18 de octubre del 45, como una pura historia oprobiosa.
Creo que en eso Chávez no está descubriendo el agua tibia ni está actuando de manera distinta a como han actuado otros que se han sentido fundadores de una nueva época, que se sentían abriendo paso a una nueva época. Ese es un rasgo más o menos común a todos los que creen que están abriendo nuevas sendas. En su lenguaje eso es muy claro. Por cierto, no es el mismo lenguaje de algunos de los que le acompañan. Tanto militares, como varios civiles, que tienen una comprensión mucho más equilibrada del pasado.
IM: ¿Por lo mismo que trabaron relaciones con los usos democráticos antes que el Presidente y se vieron obligados a trabajar en un ambiente de reglas democráticas?
TP: Tal vez. Pero Chávez todavía puede llegar al punto en el cual le sea posible hacer un juicio equilibrado del pasado, de ese pasado del cual abomina pero del cual también es hijo.
IM: Hay algo que deja ver esa tensión dentro de él que no ha resuelto y se manifiesta cuando, en repetidas ocasiones, Chávez ha dicho: «Si yo hubiese querido, tal o cual situación, la hubiese resuelto manu militari, mas he aquí que estoy condescendiendo». No lo dice de ese modo, claro, pero en todo caso suena como una condescendencia inaceptable.
TP: Pero al mismo tiempo es expresión de esa tensión interior que él vive; «si yo hubiera querido doy un golpe, pero no he querido». ¿Por qué no ha querido dar un golpe? Porque, así sea a tientas, está entrando a comprender que el proceso en las presentes circunstancias sólo puede avanzar por un camino democrático, porque el otro, a pesar de lo que se dice, no es viable. Es decir, él acaricia la idea, e incluso la expone: «Yo hubiera podido dar un golpe», pero al mismo tiempo implícitamente dice: «sin embargo, me digo que no, que no lo voy a dar porque tenemos que avanzar democráticamente». ¿Y por qué? Porque percibe que existen condiciones objetivas que no permiten apelar fácilmente a un zarpazo. Y, finalmente, esto es lo que cuenta.
Al mismo tiempo, no sé si en él hay también una cosa intuitiva o aprendida, muy militar, que es la de mantener siempre a quien llama «el enemigo» en vilo, para no hacerse predecible. Pero te confieso que a mí los ejercicios de chavología, que remiten todo a la sicología del personaje, me parecen divertidos, pero no me interesan particularmente. Me interesa mucho más su conducta política. Aunque es comprensible la chavología. En regímenes poco institucionalizados cuenta mucho la personalidad del líder, más aún si es de tipo caudillesco.
EP: Teodoro, a eso quería llegar. A lo de la conducta política. Él habla de una revolución pacífica y democrática y de cambio total, de tabla rasa. En el caso de Robespierre, que comentabas, no sólo había un lenguaje sino una conducta de cambio. Pienso que eso de «revolución pacífica y democrática» simplemente está en la lengua del Presidente de la República. ¿Tú crees de veras que en el año que lleva Chávez en el gobierno haya habido evidencia de que su comportamiento es el de una pretendida V República «revolucionaria»?
TP: Creo que su conducta política está marcada por la idea de «etapas que hay que cubrir». Para mí resulta evidente que este primer año de su gobierno es la etapa en la que él consideraba necesario completar el desplazamiento total del viejo elenco político de las posiciones de poder y a eso ha dedicado todo su esfuerzo. Por eso todo el período ha estado muy marcado por lo político, por el manejo de lo político por parte de Chávez. Su atención estuvo dedicada fundamentalmente a esto.
Ahora, no es fácil saber qué entiende Chávez por «revolución». Seguramente, muchas de sus ideas corresponden a la mitología revolucionaria clásica, pero, al mismo tiempo, lo creo suficientemente realista como para entender que ese camino no sólo no es viable sino que algo debe haberle enseñado el fracaso soviético.
IM: Al respecto, él insiste en decir que está consciente de que se han acumulado muchos problemas, que hay urgencia, que la calle quiere respuestas a los problemas económicos pero que, por sobre todo, había que actuar en lo político.
TP: Cierto, él lo ha expresado así, verbalmente: «Sí, yo entiendo que son necesarias las medidas económicas. Yo entiendo que es necesario un ajuste económico, pero si no se hace un ajuste político no vamos a poder marchar hacia delante».
Ahora bien, ¿cuál es su idea del «ajuste político»? Obviamente, producir el desplazamiento definitivo del viejo régimen de todas las posiciones de poder, lo que implica una aproximación no convencionalmente democrática al asunto, sino una aproximación revolucionaria —vamos a decirlo esta vez sin comillas—. No se trata, simplemente de ganar unas elecciones y luego gobernar coexistiendo democráticamente con las fuerzas derrotadas, sino de lo que se trata es de aniquilarlas. De lo que se trata es de desalojar definitivamente de todas las posiciones de poder a estos sectores. No se debe olvidar que el gobierno de Chávez, al surgir de un acto electoral y no de fuerza, encuentra un Estado y hasta una sociedad civil dominados por AD y Copei. Chávez tiene el gobierno. AD y Copei tienen el Congreso, el Poder Judicial, la Administración Pública, los sindicatos, los gremios profesionales y hasta las FAN. Hay aquí una contradicción que una mentalidad revolucionaria se plantea resolver. En 1945, AD la resolvió en tres días, disolviendo todas las instancias del poder gomecista por decreto. Chávez no podía hacerlo así porque su «revolución» no surgió de un acto revolucionario, tipo 18 de octubre del 45, sino de un muy «burgués» proceso electoral.
Para mí tengo que la Constituyente fue, no tanto el instrumento para elaborar una nueva Constitución (no creo que fuera exactamente su preocupación fundamental redactar una Constitución —aunque quizás en el camino se le fue volviendo algo importante, el contar con un instrumento constitucional que le permitiera actuar en el sentido de un ejercicio autoritario del poder), sino que la Constituyente proporcionaba el pretexto ideal para, después de ella y después de aprobada la nueva Constitución, producir el último episodio de ese desplazamiento de los viejos equipos de poder, ya que en el trayecto y mediante «actos constituyentes», a medio camino entre lo democrático y lo autoritario, había arreglado cuentas con el Congreso, las legislaturas regionales y con el Poder Judicial.
EP: ¿ Cuál sería ese episodio?
TP: Unas elecciones que él aspira ganar de manera tal que ya no queden entonces ni rastros de AD y Copei en las instituciones de poder. Desplazarlos de gobernaciones, alcaldías, asambleas legislativas y concejos municipales.
Una contradicción como la que mencioné antes sería manejable para una persona que no estuviese inspirada en una idea revolucionaria y que aceptaría, entonces, que ese es el escenario relativamente adverso, pero democrático, donde le toca actuar. Pero, desde luego, ese no es el caso de Chávez. Ese no es su propósito, su propósito es otro: él está inspirado, movido por la idea de que con su gobierno nace una nueva etapa de la historia del país, presidida por una intención revolucionaria. Que eso cuaje o no es otro asunto, pero la intención es esa, y esa intención revolucionaria, para que cuaje, sería, en su óptica, incompatible con el juego democrático de siempre: el Presidente en minoría en el Parlamento, negociando con el Parlamento, gobernadores que presionan por un lado u otro, etc., etc.
La idea revolucionaria, como en el 45 en el caso de AD, está guiada por la del monopolio del poder, pero del poder absoluto. Creo que el ejemplo de AD es demasiado elocuente pues, en el 45, AD, de la mano de los militares, accede al gobierno y se conforma una Junta Revolucionaria de Gobierno. Pero esta Junta Revolucionaria, que presidía Rómulo, ¿qué hizo? Pues barrió absolutamente todo el viejo tinglado político: disolvió el Congreso, disolvió la Corte Suprema de Justicia, disolvió las Asambleas Legislativas, para la época los gobernadores no eran elegidos, pero igual destituyó a los que había y nombró a dedo a los nuevos gobernadores. La capa superior de la Administración Pública fue totalmente desplazada y las capas superiores de las Fuerzas Armadas también. Todos los coroneles y generales que venían de nuestras guerras civiles y sobre todo de la de Castro, fueron mandados a las duchas. A Chávez le ha tomado año y pico lo que AD hizo en menos de una semana. Al aceptar las reglas del juego democrático, Chávez ha visto cómo su poder se solapa con el viejo. Y ha tenido que aceptarlo porque comprendió que no podía imponer reglas de juego revolucionarias.
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