#OPINIÓN Rómulo Betancourt, líder y estadista #21May
Rómulo Betancourt es una figura indispensable para comprender la historia contemporánea de Venezuela. Fundador de Acción Democrática, Presidente constitucional de la República entre 1959 y 1964, tras haber gobernado al frente de la denominada Revolución de Octubre de 1945 hasta entregar en 1948 el poder a Don Rómulo Gallegos, elegido democráticamente en el marco de la constitución aprobada en la Asamblea Nacional Constituyente en 1947, sus realizaciones como dirigente político desde los años juveniles y gobernante en dos oportunidades, le aseguran un lugar de la máxima importancia en nuestro devenir. Pocos nombres han tenido tanta influencia en los doscientos once años que lleva de vida este proyecto nuestro que todavía busca ser república e independiente, dos datos que más de una vez se nos han extraviado.
No es raro, por lo tanto, que este líder sea de los más estudiados y sus hechos sean de los más historiados, sea para ponderarlo, atacarlo o analizarlo, aunque esto último cueste hacerlo desapasionadamente, cuando se trata de un hombre intensamente amado y odiado.
De la autorizada pluma de Carlos Canache Mata, su copartidario, un político estudioso y honorable, es el libro Rómulo Betancourt, Líder y Estadista, del que su autor dice que “no es una biografía, sino la relación de escritos de variadas índoles, de las decisiones y de las actuaciones de Rómulo Betancourt como líder en la calle y como estadista en ejercicio del poder”. Personalmente me cuento entre quienes animaron a Canache, mi compañero de Congreso en bancadas contrapuestas, para convertir en libro sus collages, así como me siento muy complacido de que el Instituto de Estudios Parlamentarios Fermín Toro, cuyo equipo de dirección coordino, sea coauspiciante de esta primera edición de seiscientas páginas repletas de información útil. Apoyo que dimos principalmente pensando en nuestra juventud que tiene derecho a conocer y comprender nuestra historia y formarse de ella una opinión madura, libre de prejuicios, propagandas interesadas o tergiversaciones.
Hombre de acción, Betancourt nunca dejó de ser hombre de pensamiento. Lector voraz, escritor incansable en la prensa, documentos políticos, discursos, libros y una correspondencia impresionante por lo copiosa y constante que ha ido publicando con tenaz afecto y patriotismo, la Fundación que lleva su nombre, en no sé cuantos tomos. También se ha escrito mucho sobre él, como antes anoté. La editorial del inolvidable Catalá le ha dedicado varios volúmenes, en el publicado a su muerte *Rómulo Betancourt, Político sin *ocaso, tuvo la amabilidad de incluir artículo de quien escribe. He aprendido y disfrutado especialmente de los trabajos de Morales Gil y el de Arturo Sosa Abascal. Bien escrito el de la traviesa pluma de Sanin y sin travesura refiero el monográfico número 32 de la revista *Política *dirigida por el maestro Prieto, otro venezolano merecedor de mi admiración. Documentada, rigurosa la espesa prosa del Rómulo Histórico de Carrera Damas. No oculto mi preferencia por Rómulo Betancourt, político de nación de mi querido paisano Manuel Caballero, quien juega habilmente con la doble connotación.
En el *cursus honorum *de Betancourt no está el haber sido parlamentario electo. Fue Concejal del Distrito Federal por San Agustín e iba camino de ser diputado al Congreso pero un salto de talanquera en el Concejo, donde se los elegía por voto indirecto, se atravesó en sus intenciones y la plancha de AD y Acción Nacional que él encabezaba fue derrotada por la del PDV y UPV, rostro organizativo del PCV. Así que llegó al Capitolio como Senador Vitalicio en virtud de la constitución de 1961 y pronunció solamente dos discursos. Uno breve, con motivo del acuerdo de duelo por Augusto Pi Suñer el ilustre fisiólogo y político catalán, profesor en la UCV y el Pedagógico. El otro, diez años después, en el debate en 1974 de la Nacionalización del Petróleo. En el hemiciclo del Senado, un duelo de titanes entre él y Caldera. Mantengo la intención de conseguir y publicar ambos textos en un cuaderno del Instituto Fermín Toro.
Ramón Guillermo Aveledo
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