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Las cejas y las manos de Arturo Uslar Pietri articulaban un monumental discurso en el cual la palabra Venezuela refulgía en medio de sus jardines verbales. Palabras que retrataban en sus verdes ojos un cosmos magnificente, olímpico, construido con multiplicados significantes, en una fiesta del lenguaje permanente, una cadena de lecciones que bien podrían sustentar el resurgimiento de la patria que él contribuyó a engrandecer con sus “Valores Humanos”.
Mil doscientos programas de televisión que aún hoy intervienen los infinitos paneles de la memoria, esparcida, como sus saberes heteróclitos, por su biblioteca personal, donada por disposición suya a sendas instituciones culturales de Caracas. Hay un memorial Uslar para salvar a esta nación de cualquiera de los desastres que transita, transida, en este momento histórico.
Estudioso de su vida y obra, Rafael Arráiz Lucca advierte sobre la perentoria necesidad de indagar, exhaustivamente, en este incondicional monumento a la inteligencia ejercida como un monasterio. “Sin duda, el tema sobre el que Uslar habla con mayor fruición es el de Venezuela.
A sus 94 años seguía siendo la obsesión principal de su vida intelectual, el objeto de su permanente angustia, de allí que en la comprensión de la venezolanidad, en su estudio, halle agua para su sed de respuestas sobre el país, y la naturaleza del venezolano. Más aún, en pocas personas como en Uslar se ha dado una consustanciación entre la vida del país y la propia, de tal magnitud.
Por momentos, incluso, pareciera que su vida privada estuviera supeditada a los avatares venezolanos. Desde muy joven comenzó a tejerse esta simbiosis entre el país y su vida, al punto en que la situación de aquel determina el ánimo de éste, de manera asombrosa”.
Esa voz ciclópea, como la de algún vivísimo heraldo mitológico, resplandece en sus construcciones. “Me gusta mucho descubrir sus cadencias del lenguaje poético”, susurra la estudiante de letras, Milagro Bethania, quien recita un trozo de “Escritura”, un poema de Uslar: “¿Con cuáles letras líquidas y glugluteantes se escribió agua? / ¿Con cuáles letras crepitantes escribir fuego en la franja roja y negra que avanza calcinando el bosque? / ¿Con cuáles letras translúcidas, borrosas y flotantes se escribió nada y lo invisible y nadie, cuando nadie podía saber de nadie, como de una presencia en hueco y en ausencia?“.
Un asunto de lenguaje, pero, fundamentalmente, de educación, de “paideia”, según solía nuestro sabio referir a Werner Jagger. Por eso, desde 1940, Uslar Prieti bregó institucionalmente en pos de consolidar un plan educativo integral, consolidado institucionalmente, para enseñar a pensar a la gente desde muy temprano. En esto coincidía con otro especialista en ambas materias (educación y lenguaje), Noam Chomsky, quien sostiene: “El propósito de la educación es mostrar a la gente cómo aprender por sí mismos. El otro concepto de la educación es adoctrinamiento”.
Por eso la famosa “Ley Uslar” encontró tantos escollos entre la dirigencia política venezolana de la segunda mitad del siglo pasado. Su visión sobre el asunto retumba como su voz en una catedral renacentista: “La única política económica sabia y salvadora que debemos practicar es la transformación de la renta minera en crédito agrícola, estimular la agricultura científica y moderna”. Sembrar el petróleo sería su lema.
Si el sabio italiano Umberto Eco , con su partida, se convirtió en “El último polímata”; en Venezuela, Arturo Uslar Pietri portó esa antorcha de vida. Pocos campos de la cultura le eran ajenos: la literatura, el teatro, el petróleo, la economía y la política. Polígrafo, como Rufino Blanco Fombona, escribió obras en todos los géneros y en cada una dejó un libro fundamental. En el cuento, la novela, el ensayo, la poesía, el periodismo, la publicidad y la televisión. Llama viva.
Arráiz condensó el diagnóstico de Uslar sobre el país: “Hemos sido muy dispersos, muy individualistas, muy gente de alzamientos, compare usted la historia de Venezuela con la de nuestros vecinos. Realmente era muy difícil que aquí no se cometieran muchos disparates.
La situación en el siglo XX venezolano ha sido extraordinariamente inusual y corruptora, la situación de un país pobre, muy atrasado y muy ignorante que de pronto tiene un Estado inmensamente rico, y que esa riqueza no se debe al trabajo nacional. El gobierno se convirtió en el principal agente de enriquecimiento y no hubo clase dirigente. A este país le cayó encima una montaña de recursos y no fue capaz de emplearlos medio sensatamente.”.
Uslar Pietri advirtió a Arráiz sobre esta hecatombe: “Soy muy pesimista, es que uno no ve qué puede pasar con Venezuela. No hay partidos políticos, los aparentes dirigentes que hay son una gente de muy segundo orden, estamos muy corrompidos (...) Estoy muy angustiado con esto que está pasando con este país. Este es un momento muy malo, muy peligroso, hay mucho dinero, muchísimo dinero y no hay orientación. La educación es un desastre, la política espantosa, no hay debate, el país está sin rumbo, sin destino, sin clase dirigente, hay aventureros, pícaros, gente que tira la parada...”.
Hombre universal, en pensamiento y obra, Uslar desmintió la versión que le atribuyó la creación del vocablo “Realismo mágico”, redirigiéndolo a su gran amigo, Alejo Carpentier, quien habló de “Lo real maravilloso”. Su ensayo sobre la ciudad de Nueva York, escrito en el exilio, constituye una demoledora visión de Manhattan. Cuando retornó a su patria integró el staff de ARS, la primera agencia publicitaria en Venezuela, cuyo lema perfiló: “¡Permítanos pensar por usted!” A R.H Moreno Durán y Margarita Vidal confidenció, en una entrevista para un especial de TV: “Claro que me habría gustado ser presidente. Tenga la seguridad que muchas cosas serían diferentes en este país”.
Prosélito suyo en el Frente Nacional Democrático, Eduardo Schmilisnky, recuerda la campaña presidencial, en 1960, que lo trajo a Maracaibo. “El maestro quería hablarle a la gente de la misma manera que lo hacía en TV, cuando nos llamaba “Amigos invisibles”...Un diálogo íntimo, franco y abierto sobre los grandes problemas que sufríamos”.
El último poema de Uslar sobrecoge, por su lucidez: “Dios: tengo necesidad de hablarte, de gritar tu viejo nombre remoto, y de decirte las torpes palabras del hijo al padre, que todos han dicho, para pedir amparo y misericordia, ante la fría sombra que se avecina, ante la soledad y el miedo, ante la adivinada noche de la nada. Como si encendiera una lámpara para que el viento la apagara”.
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