RAFAEL DÍAZ CASANOVA (24 feb 2012)
Hace pocos días, el viernes 20 de enero, logramos un objetivo perseguido por muchos meses; ese día nos entrevistamos con un venezolano que merece el calificativo de prócer civil, un venezolano que ha construido nación, un venezolano que ha entregado toda su vida para tener una Venezuela mejor. Se trata del doctor José Joaquín Cabrera-Malo Camargo, quien vio la luz de la vida el miércoles 14 de septiembre de 1921, en el número 18, entre las caraqueñísimas esquinas de Altagracia y Cuartel Viejo.
Culmina sus estudios universitarios en Caracas, obtiene el título de ingeniero agrónomo y a comienzos de los años cincuenta forma parte de una misión de Cordiplan que visita la frontera entre Siria e Israel y se encuentra con la impresionante sorpresa que de un lado de la cerca que separa esos dos países y su formas de vida había un frondoso bosque y del otro lado solo existía desolación. Su alma de constructor recibe ese poderoso mensaje y comienza a soñar.
Pero ese sueño comienza a bullir en su mente y aunando sus conocimientos del mundo vegetal a su afición de piloto civil comienza a investigar, sobre los terrenos, donde sembrar su sueño. Apoyado por la naciente Corporación Venezolana de Guayana y recordando el fenómeno vegetal del delta del Nilo dirige su mirada al Delta del Orinoco. Allá, en África, el Nilo arrastra grandes cantidades de residuos vegetales que le escarba al desierto y los deposita en el delta, con lo que crea un ambiente propicio para el desarrollo de vida vegetal. Nuestro caudaloso Orinoco recoge residuos minerales que son adversos al nacimiento de vida, por el contrario, son hostiles y arrasan con la poca vida que se desarrolla en las islas del delta. Los indígenas de la zona le enseñaron la manera de aprovechar la adversidad.
En los comienzos de los sesenta, patrocinado y financiado por la CVG que dirigía ese otro prócer del desarrollo de Venezuela, el ingeniero y general Rafael Alfonzo Ravard, reorienta su búsqueda y fija la mirada en el estado Monagas. Allí encuentra desiertos de arena de escasa profundidad sobre un lecho de arcilla altamente impermeable. Investiga y concluye que en ese ambiente desértico solo se puede sembrar una conífera particular, el pino caribe, que no necesita extraer nutrientes del suelo sino que vive de la simbiosis que crea al tomar las sustancias necesarias para su desarrollo de un hongo que crece a sus expensas alrededor de sus raíces. De este pino caribe se han plantado tres variedades provenientes de Centroamérica, una que se trajo desde la isla de Cuba, una segunda desde las Bahamas y la tercera desde Honduras.
El 6 de junio de 1966 comienzan a plantar los primeros pinos del naciente bosque de Uverito. Al comienzo era a mano. Un vivero donde se producían las plantas y muy pronto nació y se desarrolló la idea de una máquina que tenía que sembrar un millón doscientas mil plantas en la estación propicia que apenas duraba dos meses.
Esta sensacional máquina se construyó en Puerto Ordaz a partir de piezas motrices y el gran ingenio del padre del bosque.
Uverito cubre una superficie de unas quinientas mil hectáreas y ha sido responsable de un cambio climático espectacular; como referencia recordamos que para mediados de los años cincuenta, cuando se construyó el acueducto que le suministra agua a la isla de Margarita, los registros pluviométricos de la zona reportaban unos dos a tres días de lluvia por año, hoy son frecuentes los "chaparrones tropicales" durante la estación lluviosa. Mas también, como consecuencia del bosque, la zona ha logrado una fauna que no existía, desde aves que esparcen sus trinos hasta mamíferos importantes, venados, lapas, tigres y otras especies. Se ha generado un ciclo vital completo.
Durante el gobierno del doctor Luis Herrera Campíns y solo durante un año, desempeñó la cartera del Ministerio del Ambiente y desde allí respaldó la labor del doctor José Luis García quien desde la presidencia de Inparques fue responsable de la arborización del Ávila. Allí en esa época, el doctor García sufrió importantes quemaduras en su cuerpo, cuando combatía al lado de los bomberos forestales un terrible incendio que destruyó una parte importante de la vegetación existente. Cabrera-Malo estaba a su lado.
Son los próceres civiles, que estudian y desarrollan proyectos importantes quienes construyen un país de futuro. José Joaquín Cabrera-Malo Camargo, el padre del bosque, es uno de los más importantes. Para él, nuestra admiración y respeto.
Culmina sus estudios universitarios en Caracas, obtiene el título de ingeniero agrónomo y a comienzos de los años cincuenta forma parte de una misión de Cordiplan que visita la frontera entre Siria e Israel y se encuentra con la impresionante sorpresa que de un lado de la cerca que separa esos dos países y su formas de vida había un frondoso bosque y del otro lado solo existía desolación. Su alma de constructor recibe ese poderoso mensaje y comienza a soñar.
Pero ese sueño comienza a bullir en su mente y aunando sus conocimientos del mundo vegetal a su afición de piloto civil comienza a investigar, sobre los terrenos, donde sembrar su sueño. Apoyado por la naciente Corporación Venezolana de Guayana y recordando el fenómeno vegetal del delta del Nilo dirige su mirada al Delta del Orinoco. Allá, en África, el Nilo arrastra grandes cantidades de residuos vegetales que le escarba al desierto y los deposita en el delta, con lo que crea un ambiente propicio para el desarrollo de vida vegetal. Nuestro caudaloso Orinoco recoge residuos minerales que son adversos al nacimiento de vida, por el contrario, son hostiles y arrasan con la poca vida que se desarrolla en las islas del delta. Los indígenas de la zona le enseñaron la manera de aprovechar la adversidad.
En los comienzos de los sesenta, patrocinado y financiado por la CVG que dirigía ese otro prócer del desarrollo de Venezuela, el ingeniero y general Rafael Alfonzo Ravard, reorienta su búsqueda y fija la mirada en el estado Monagas. Allí encuentra desiertos de arena de escasa profundidad sobre un lecho de arcilla altamente impermeable. Investiga y concluye que en ese ambiente desértico solo se puede sembrar una conífera particular, el pino caribe, que no necesita extraer nutrientes del suelo sino que vive de la simbiosis que crea al tomar las sustancias necesarias para su desarrollo de un hongo que crece a sus expensas alrededor de sus raíces. De este pino caribe se han plantado tres variedades provenientes de Centroamérica, una que se trajo desde la isla de Cuba, una segunda desde las Bahamas y la tercera desde Honduras.
El 6 de junio de 1966 comienzan a plantar los primeros pinos del naciente bosque de Uverito. Al comienzo era a mano. Un vivero donde se producían las plantas y muy pronto nació y se desarrolló la idea de una máquina que tenía que sembrar un millón doscientas mil plantas en la estación propicia que apenas duraba dos meses.
Esta sensacional máquina se construyó en Puerto Ordaz a partir de piezas motrices y el gran ingenio del padre del bosque.
Uverito cubre una superficie de unas quinientas mil hectáreas y ha sido responsable de un cambio climático espectacular; como referencia recordamos que para mediados de los años cincuenta, cuando se construyó el acueducto que le suministra agua a la isla de Margarita, los registros pluviométricos de la zona reportaban unos dos a tres días de lluvia por año, hoy son frecuentes los "chaparrones tropicales" durante la estación lluviosa. Mas también, como consecuencia del bosque, la zona ha logrado una fauna que no existía, desde aves que esparcen sus trinos hasta mamíferos importantes, venados, lapas, tigres y otras especies. Se ha generado un ciclo vital completo.
Durante el gobierno del doctor Luis Herrera Campíns y solo durante un año, desempeñó la cartera del Ministerio del Ambiente y desde allí respaldó la labor del doctor José Luis García quien desde la presidencia de Inparques fue responsable de la arborización del Ávila. Allí en esa época, el doctor García sufrió importantes quemaduras en su cuerpo, cuando combatía al lado de los bomberos forestales un terrible incendio que destruyó una parte importante de la vegetación existente. Cabrera-Malo estaba a su lado.
Son los próceres civiles, que estudian y desarrollan proyectos importantes quienes construyen un país de futuro. José Joaquín Cabrera-Malo Camargo, el padre del bosque, es uno de los más importantes. Para él, nuestra admiración y respeto.
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