Un gobierno efectivo depende no solo de quienes están en el poder, sino además de quienes están representados en el parlamento pero no forman parte del gobierno. El sistema electoral debe ayudar a asegurar la presencia de una oposición parlamentaria viable, que pueda evaluar críticamente la legislación, salvaguardar los derechos de las minorías y representar efectivamente los intereses de sus electores. Los grupos opositores deben tener suficientes miembros para ser efectivos, asumiendo que los han obtenido por su desempeño en las urnas y, deben ser capaces presentar una alternativa viable a la administración actual.
Desde luego, la fuerza de la oposición parlamentaria depende de muchos factores además de la selección del sistema electoral, pero si el sistema mismo vuelve impotente a la oposición parlamentaria, la gobernabilidad democrática se debilita. Al mismo tiempo, el sistema electoral debe impedir que se desarrollen actitudes del tipo "el ganador se lleva todo", que obnubila a los gobernantes frente a otros puntos de vista y a las necesidades y deseos de los votantes de la oposición, y en el que tanto las elecciones como el gobierno mismo son vistos como juegos de "suma-cero".
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